Desde que comienza el juego amoroso (los primeros besos y caricias) y hasta su finalización, tanto el cuerpo de la mujer como el del hombre expulsan una serie de fluidos que el tantrismo considera sagrados, una suerte de néctar de los dioses. Básicamente, pueden dividirse en dos grupos: aquellos tendientes a lubricar los genitales y los que se expelen como resultado del orgasmo.
La lubrificación femenina
Para que el acto de hacer el amor se desarrolle en todo su esplendor, para que las energías eróticas puestas en juego en él alcancen la maravilla de la que son posibles, es sumamente importante que exista una lubrificación previa a cualquier intento de penetración. ¿Dónde y de qué manera se origina este flujo lubricante? Una buena parte de la lubrificación natural del yoni está asegurada por el aumento de la secreción fisiológica habitual de las glándulas de Bartholin.
Estas glándulas emanan una secreción clara, líquida y un tanto viscosa. Cuando este fluido se presenta en cantidad suficiente, constituye un excelente lubrificante natural con varias ventajas: no provoca la menor irritación, posee un gran poder deslizante y no disminuye la sensibilidad masculina ni femenina.
Otra fuente de lubrificación son las glándulas del cuello del útero, extremidad de la matriz que emerge en el fondo del yoni. Si bien no participan de la lubricación tanto como las glándulas anteriores, segregan un líquido viscoso que toma parte en el proceso.
Por último, pero no por ello menos importante, se producen las reacciones de humidificación de la excitación sexual, conocidas con el nombre de “trasudación vaginal” que consiste en un líquido ácido, de color claro y lechoso.
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